en fin...yo ya sabía que en cualquier día ya no despertaría con la diuca parada, lo había presentido, lo había notado desde unos cuantos días antes, porque ya, un día martes, me desperté flácido, sin la mano agarrada al árbol que me acompañó toda la vida. Era una pena, una lástima desgarradora, pero era real.
Ahí fue que decidí que había que encontrar a aquella musa que con sus labios todos me hiciera de nuevo fantasear el placer.
Gracias, la he encontrado y presiento que aún me quedan venas dilatadas para gozar al menos unas semanas más.
Después de aquello, valga mi musa de piel blanca, si tengo un hijo le llamaré azul.